jueves, 26 de diciembre de 2013

El Reino del Agua: El sueño

"Sentía una presión en el pecho. Esa presión. La oscuridad absorbía cada rincón. Intentó tomar aliento y el vapor de la expiración se materializó como un espeso humo blanco. Dolía respirar. El frío no le dejaba moverse. Su cuerpo inmóvil rodeado de la nada. No sabía si se encontraba de pie, sólo sentía dolor. Volvía de nuevo la necesidad de respirar, la presión era cada vez más fuerte, desde el pecho a la garganta.

Intentó dominar la situación, concentró su fuerza en moverse. El dedo índice parecía obedecer, lentamente. Sin sentido sus ojos miraban de un lado a otro sin obtener reflejo alguno. Cuando al fin empezó a tomar consciencia de la situación, de quién era, de qué hacía allí, el dolor punzante emergía de nuevo.

La oscuridad. Esa presión. Dolía respirar"





martes, 24 de diciembre de 2013

EL REINO DEL AGUA

Cuando Victoria se fue a la ducha, Julia se encaminó al fregadero mientras Aurora terminaba de recoger las tazas del desayuno. Algo seguía rondando en su cabeza y no acababa de saber por qué.
Una vez todo estuvo listo y limpio fue a su habitación y se sentó en la cama. La maleta sin deshacer. Una pereza absoluta le recorrió el cuerpo. Decidió ponerse manos a la obra y ordenar todo el equipaje, hacer la cama y demás menesteres, ya que le había tocado ser la última en entrar al baño. Sacó la ropa de la pequeña maleta y la colocó en el armario. Luego deshizo una bolsa de viaje con cosas de baño, pinturas y demás cosas de chicas que odiaba tener que cargar cuando iba de viaje. Definitivamente Julia no creía en el maquillaje, y peor aún en el pesado trance de tener que quitárselo antes de dormir. 

Una hora después las tres amigas caminaban sobre sus pasos del día anterior hasta el puerto. Allí encontraron muchos curiosos y algún periodista intentando colarse tras las bandas amarillas que acordonaban la zona. El paso estaba prohibido bastantes metros antes del inicio de la playa, la cual ya había sido evacuada totalmente. Demasiada seguridad. Los encargados aconsejaban disiparse y dejar trabajar para sacar cuanto antes los barcos de la playa.

Julia se puso de puntillas para ver las naves mejor. Eran antiguas, de madera, mohosas, estropeadas por el mar. Como si hubieran estado bajo el océano durante mucho tiempo. ¿De dónde habrán salido? ¿Cómo habrán llegado aquí?
No pudo más que encogerse de hombros y resignarse a esperar hasta que la noticia tuviera más investigación. Pero algo le decía que aquello era familiar, no sabía porque ni como, pero esos barcos en la arena, esa escena…ya lo había visto antes… ¿dónde?


Las chicas decidieron dejar el tema y se encaminaron de nuevo hacia el centro del pueblo. Pensaron en alquilar un coche para poder desplazarse por la isla. Unas horas, un montón de papeleo después, se hicieron con un Fiat 500C. Pequeño y cómodo para poder disfrutar al máximo de cada rincón de Cerdeña.

De vuelta a casa decidieron parar en "La ChOOcolattarie", pero al llegar estaba cerrado. Un cartel de madera colgado en la puerta principal: "CHIUSO".

¿CERRADO? Las chicas de asombraron y se encaminaron de nuevo al coche. Doblaron la esquina y vieron la parte trasera del local. Una pequeña puerta de madera con un buzón rojo de latón en la pared de piedra. La puerta parecía cerrada pero había luz dentro. Intentaron, como buenas cotillas, divisar el interior a través de un pequeño hueco entre las cortinas blancas que colgaban sobre el cristal de la puerta. 

Julia dejó escapar un grito cuando una señora apartó de golpe las cortinas y las miraba al otro lado de la puerta. Las tres amigas sonrieron y se disculpaban como podían. El rostro de la señora que las miraba no tenía ninguna expresión. A Julia le pareció por un momento una de esas figuras de cera del museo. Victoria miró a sus amigas y, como por telepatía, les comunicó que debían irse. La señora que las miraba fijamente puso un papel pegado al cristal. 

No sabían si acercarse a leerlo o si marcharse y dejar de molestar. Julia estaba más cerca de la puerta y entornó los ojos para leer lo que les decía en el pequeño trozo de papel:

                                                                                                                     "NEREIDES"

-Lo siento, no entiendo.-lamentó Julia dedicándole una sonrisa.

La señora echó una última mirada a cada una de las chicas y volvió al interior sin inmutarse. Las amigas echaron a reír y caminaron hacia el coche calle abajo.