lunes, 23 de septiembre de 2013

VICTORIA

Después de varios minutos en silencio las chicas decidieron vestirse y ponerse en marcha hacia la playa donde habían aparecido los barcos. No quedaba lejos, y no podían perderse tal suceso.

Victoria estaba cansada, quería dormir un poco más. El verano era para ella esa época del año en la que las mañanas no existen. Le encantaba alargar las noches al máximo, aprovechando tertulias después de cenar, paseos nocturnos, sin perderse grandes y pequeñas fiestas. Adoraba el calor, pasar el día notando el sol en cada poro de la piel, y la noche entre finas sábanas. La brisa. El verano era sin duda alguna, su estación favorita. 

Aquella mañana se sentía rara. Se levantó cuando escuchó a sus amigas en la cocina. Habían decidido pasar unos días juntas, para descansar, para olvidarse de todo, y no quería perderse ni un minuto, aunque ello supondría levantarse relativamente temprano. Conocía a Aurora desde hace años y sabía que tendría preparado el desayuno no más tarde de las nueve todos los días. No pudo negar que despertarse con las vistas del azul del mar era una gran ayuda para levantarse y disfrutar del día.

Pero había algo más esa mañana. Se levantó con una pesadez extrema en todo el cuerpo. Como si hubiese pasado la noche haciendo flexiones, sonámbula. Después de una buena ducha se sentiría mejor.

La noticia que habían visto durante el desayuno la dejó inquieta. Había algo, no sabía explicar el qué. Algo en aquella escena se le hacía familiar. Victoria fue la primera en levantarse de la mesa. Fregó su taza y se encaminó a su habitación pidiéndose el primer turno en la ducha.

Sentada en el borde lateral de la cama, frente al armario, observó la ropa colocada. Se fijó en el espejo de la puerta del armario. Vaya pelos. Su larga melena siempre causaba sensación. Ella apenas la cuidaba, había heredado de su madre un pelo rizo, negro, brillante, que con apenas peinarlo un poco bastaba para estar perfecto. Tenia un color tostado de piel, que tardaba dos días en ponerse más moreno si cabe. Hubo un tiempo en el que lo odiaba. Odiaba su color de piel. Sus grandes ojos negros habían llorado mil veces por ello. Había sentido el desprecio de muchos. La miraban en los brazos de su madre, siendo un bebé. La miraban los primeros años de colegio. Los niños pueden ser crueles, tiranos. 



Pero eso fue hace mucho. Primero lo entendió, luego lo aceptó y luego empezó a sentirse cada vez más orgullosa de su mezcla. Los cuchicheos de la gente dejaron de afectarle. Luego creció, hermosa, cada día más. Ahora las miradas hacia ella no eran más que envidia.

Alguna vez pensó en buscar el porqué. En preguntar. Tenía derecho a saber de donde venía, su raíz. Pronto deshecho la idea, y no volvió a preguntar nunca. Le causaba mucho dolor a su madre. Su madre.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Una extraña noticia

Una vez terminada la instalación, las chicas decidieron bajar al pueblo a dar un paseo y hacer compras para llenar la nevera. Una vez estuvieron de nuevo entre las calles de Santa Margherita, pasaron la tarde como buenas turistas. Enseguida se hicieron con el supermercado, la plaza mayor,el puerto, algún restaurante con buena pinta, una heladería y la zona de la playa. Cenaron en la terraza de una pizzería, bajo un cielo estrellado, con el sonido de las olas rompiendo en la costa rocosa y riendo como hacía tiempo no lo hacían.
El cansancio del viaje solo les dejó ganas de dormir, así que no tardaron en retornar a casa y descansar. Mañana sería otro día.

Julia despertó con ansia de haberse olvidado algo. Sintió un malestar, como si fuera algo realmente importante. Tras unos segundos desechó la idea y se acurrucó entre las sábanas. Escuchó la cafetera y se levantó enérgicamente. El sol se colaba por todos los rincones del piso, aventurando un día estupendo.
Miró con un ojo entreabierto las maletas aún por deshacer. Suspiró y se levantó.

Era Aurora quien traqueteaba en la cocina. Saludó con un efusivo “buenos días” y le plantó una taza de café, mientras Julia se sentaba a la mesa aún con modorra. Al segundo se abrió la puerta del dormitorio y salió Victoria. Aún con pijama, cara de sueño y el pelo alborotado, siempre estaba guapa. Julia recordó cuando estaban en primaria y Victoria era la envidia de todas las niñas. Tenía una piel perfecta muy morena, el pelo negro y brillante, con melena larga rizada y ojos oscuros. Siempre tenía un montón de chicos mirándola, pero siempre se mostraba ajena al asunto, aunque Julia notaba como se ruborizaba la mayor parte de las veces.

Desayunaron frente al gran ventanal rememorando el viaje. En la televisión, que estaba encendida para ver las previsiones del tiempo, apareció una mujer de pelo blanco pero con aspecto joven, que daba unas noticias sin sentido tras otras. Hablaba sobre el rescate de un perro en un pozo, un tractor volcado y un accidente con unas gallinas. Pero cortaron la emisión en un tono preocupante y las chicas se pararon a escuchar. La mujer cambió el semblante y dio paso a un reportero joven que incrédulo exponía:

-Esta mañana en Cayo BIANCA han aparecido en la playa tres barcos encallados. No se tiene constancia de donde procedían, de cuánto tiempo llevaban desaparecidos, ni de quien tripulaba. Las autoridades han abierto una investigación para averiguar de donde han salido tremendas naves. 

Las imágenes mostraban una muchedumbre que observaba desde la zona acordonada, tres grandes barcos encallados en una pequeña playa. Las olas suaves que llegaban a la orilla batían con los cascos ya oxidados de dos de los barcos. Un tercero había entrado de lleno en la arena y apenas tocaba el agua. Parecía que hubieran pasado mucho tiempo bajo el agua. Mucho tiempo.


Un pareja de jubilados que al amanecer salieron a caminar por el paseo marítimo. Ellos dieron la voz de alarma. Pronto se llenó de curiosos de las casas vecinas que se asombraban de no haberse percatado. 

Había algo raro en aquella escena. Tres barcos que aparecían al amanecer, sin tener la menor idea de a quién pertenecían, ni porqué no tenían constancia de barcos desaparecidos por la zona. 

Julia se acercó a la pantalla. Había algo que le era familiar. Algo en aquellos barcos.  

martes, 17 de septiembre de 2013

El principio del viaje

Desde la parte delantera del barco, una voz suave y no muy intensa, proclamó: Pasajeros con destino Santa Margherita, hemos llegado a su destino.

Cargadas con maletas y demás petates y después de haber vagado durante unos veinte minutos, las tres amigas decidieron preguntar por la dirección de su apartamento. Bajaban una calle estrecha, con el suelo en piedra blanca. Ninguna de las casas tenía más de tres pisos y todas las puertas estaban pintadas en un azul intenso. Los balcones llenos de flores y aroma del mar llenaban sus pulmones y alegraba la tarde soleada.

Habían alquilado el apartamento del segundo piso de una casita en una de las islas. Playas vírgenes, rincones espectaculares a los que sólo se llegan mochila en mano. Sin coches, sin ruido, sin turistas, sin hoteles, sólo el azul, el verde, el blanco, y la luz. El paraíso. 

- ¡Quiero llegar, dejar esta dichosa maleta y ducharme! – voceó Victoria.

- ¡Deja de quejarte, pesada!- riñó Julia, lanzándole un guiño.

- ¿Y si paramos aquí y preguntamos?, ¿Os parece?- Aurora, con gesto cansado, paró en una sombra, apoyando su maleta en la pared y señalando hacia lo que parecía una cantina.

Una puerta en madera color miel y llena de muescas, estaba entreabierta, bajo un cartel “La ChOOcolattarie”. Aurora entró sin esperar la respuesta de sus amigas. Cuando las tres estuvieron dentro notaron el aire acondicionado y se sintieron en el cielo.


Olía a dulce y a café. Un largo mostrador lleno de deliciosas muestras de tartas y galletas, y docenas de magdalenas sobre repisas de cristal. Detrás de la barra, un sinfín de deliciosos chocolates, tés y cajitas de pastas caseras. El resto de la estancia estaba llena de luz, que provenía de una gran cristalera que dejaba ver un jardín interior. Había cinco pequeñas mesas de mimbre, cada una con cuatro butacas, con un cojín bordado a mano en cada una de ellas.

Las chicas dejaron sus maletas cerca de la puerta y no dudaron un instante en apoderarse de una mesa. Julia se fijó en que las paredes estaban decoradas con un papel en un tono amarillo pálido, que aún aportaba más luz a la maravillosa vista. Al fondo del local, un arco en piedra con una enredadera en los laterales, dejaba paso hacia un jardín hermoso, con una pequeña fuente en el medio de la que partían en espiral cuatro estrechos caminos de gravillas blancas. Era el cielo, pensaron, y decidieron regalarse unos dulces con chocolate.

Después de reponer fuerzas con unos capuccinos y unos bollos rellenos de Nutella, la dueña de la chocolatería les indicó amablemente cómo llegar a su apartamento. Decidieron que sería estupendo poder desayunar en aquel lugar cada mañana.

La verdad es que no estaban tan perdidas, no tardaron ni cinco minutos en llegar. Pronto divisaron la casa que buscaban en lo alto de un camino. Primero pasaron por unas casas de un solo piso, todas iguales, con un pequeño jardín delantero y con un garaje para un solo coche. Continuando la cuesta llegaron a una casa de tres pisos grande amarillo pálido. Destacaba un gran jardín con árboles frutales, cerrada por un vallado natural de Bog perfectamente recortado. Se accedía por una verja blanca que dejaba ver un camino de piedra hasta la entrada de la casa. Accedieron fácilmente ya que estaba entreabierta y arrastraron sus maletas ojeando la piscina trasera con tumbonas blancas y un gran cenador con antorchas, ahora apagadas.

A punto estaban de llegar a un gran porche con sofás de cojines y mesitas de mimbre. Aún les quedaba subir las tres escaleras para llamar al timbre, cuando salió a su encuentro una señora regordeta con una amplia sonrisa y un mandil verde atado a la cintura.

-Os estaba esperando- saludó y besó a cada una ayudando con la bolsa de mano a Aurora, ya que su rostro estaba sonrojado por el calor y el peso.-Soy Violet, vuestra casera.- les cedió un juego de llaves- vosotras estaréis en el primer piso, se sube por aquella escalera- señaló una escalera exterior en la parte lateral derecha del edificio, que se continuaba también hasta el segundo andar – si necesitáis algo yo suelo estar siempre por aquí.

Se apresuraron a subir las empinadas escaleras de piedra granito hasta una puerta lateral lacada en blanco. Al abrir las recibió directamente un amplio salón, con un enorme ventanal al frente, que dejaba ver una impresionante vista de todo el pueblo. Un sofá arriñonado en color morado estaba colocado frente a una chimenea, rodeada de un mueble estantería, con un televisor y algunas piezas de vajilla. Frente al ventanal, una mesa amplia de comedor con cuatro sillas tapizadas a juego con las cortinas pastel, daba a una pequeña cocina. Hacia la izquierda un dormitorio con baño propio, del que enseguida Victoria tomó posesión. Y hacia la derecha un pequeño pasillo con otras dos habitaciones y un baño común.

Julia entró en el primer dormitorio del pasillo. Constaba de una cama pequeña con un edredón de flores rosas y dos cojines grandes, custodiada por dos mesillas de noche, cada una con una lámpara. En la pared del frente una ventana con cortinas blancas y la pared de los pies de la cama la llenaba un armario empotrado color miel. Se sentó en la cama y se fijó en que una de las puertas del armario estaba entreabierta. Posó la maleta sobre la cama y el cansancio por el viaje le obligó a dejar todas sus cosas en las maletas por el momento. Ya colocaría todo después. Desde la ventana se podía ver el mar. No pudo evitar sonreír. Era el sitio perfecto.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El principio del viaje

Tres maletas en un taxi la madrugada de un martes hacia el aeropuerto. Tres chicas y unas merecidas vacaciones por delante. Serían tres maneras muy distintas de vivir un viaje, cada una por una razón, y las tres necesitaban aquello. Julia las miró y sonrió. La primera en devolverle la mirada fue Aurora.

Aurora Hellen había crecido, siendo la pequeña, en una familia grande y humilde. Había heredado horribles jerséis de sus hermanas, libros dibujados de su hermano y la bici vieja de su padre. Claro que también había heredado la belleza de su madre. Era alta, su pelo era castaño, tenía los ojos verde oscuro y la piel dorada.

Aurora se mudó al barrio de Lorian a los 12 años. Cuando habían metido en su nueva casa todas las cajas, y se disponía a desembalar todos los trastos de su cuarto, aparecieron Julia y su madre. Después de las presentaciones enseguida se prestaron a ayudar. Desde aquel día habían compartido miles de momentos juntas. Algunos muy buenos, y otros no tanto. Tres años después de conocerse, el padre de Aurora falleció. Julia solo recordaba ver llorar a su amiga y como intentaba animarla. Aurora aún recuerda las muchas noches que Julia pasaba a su lado, consolándola, las veces que la animó a seguir estudiando y como la hacía reír cuando solo quería llorar. Pronto supo que Julia sería su amiga para siempre.

Deseosa de empezar a olvidar todo aquello. Julia se fijó en la piel morena de su amiga Victoria. Pensó que en unos días las tres lucirían bronceado, irían de fiesta en fiesta, descansarían, pero no contaba que hablasen del pasado. Nunca lo hacían. 

A unos metros ya se veían las luces del aeropuerto, “unas horas”, pensó.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

RECUERDOS

1.Los recuerdos

Era sábado. La semana había salido bien. Sus últimos exámenes la habían encerrado en la biblioteca y ahora se merecía un descanso. Unos días de playa, paseos y fiesta, con sus amigas.

Llevaban esperándolo desde mediados de curso, cuando su amiga Victoria vio por casualidad un vuelo de ida y vuelta a Cerdeña. Podrían celebrar que habían terminado el segundo curso en la universidad, pero lo que Julia más esperaba era estar a solas con sus dos amigas. Sin nada en lo que pensar. Sin recuerdos dolorosos. Ellas solas, como antes. Ya hacía dos años de aquello, ya era hora de divertirse y seguir adelante.

Julia Bolem vivía en Lorian, un barrio tranquilo de la ciudad de Klowoon. Sus padres compraron una casa allí cuando ella tenía 3 años. Aprendió a andar en bici por sus tranquilas calles, pudo tener mascotas y hacer grandes fiestas de cumpleaños. A Julia le encantaba vivir allí.

Su amiga Victoria vivía dos casas a la derecha, cosa que ayudó a que se convirtieran en inseparables desde niñas. Aurora fue la última en unirse al grupo, su familia se había mudado hacía unos cinco años. Aunque desde el principio pareció que se conocían de toda la vida.

Pero lo mejor de vivir allí había sido conocerla a ella. Su mejor recuerdo. Sus mejores momentos. Su alma gemela. Sara. Habían crecido juntas, habían planeado sus vidas una con la otra. Incluso llegaron a parecerse en los gestos, el corte de pelo, la ropa. Siempre decían que no solo serían amigas, serían hermanas. Intentaba no pensar en ella, pero a veces las imágenes venían sin más. Recordó aquel momento en el que estaba allí de pie, el cielo a punto de llover, apretó los labios y, sin estar muy segura, pegó el primer cartel de se busca. Recordaba cada detalle y al mismo tiempo no recordaba nada.  Le costaba saber si ciertas cosas habían sucedido o no. Como cuando rememoras una pelea de la que ya no recuerdas el porqué. Sea lo que sea, había cerrado el capítulo. Había decidido olvidar todas las preguntas, pero nunca olvidarla a ella.

Sonó el timbre del teléfono. Julia bajó las escaleras hasta el descansillo y miró el salón. Su madre no estaba. Cuando llegó a la base, descolgó el inalámbrico negro que habían instalado hacía unas semanas.

- ¿Diga?

Al otro lado del teléfono le habló una voz cálida de mujer: 

-Hola, ¿Julia Belmer?, le llamo de la oficina de recursos humanos del Museo de Arte de Klowoon, - A Julia empezó a latirle el corazón.- Hemos recibido su petición para unas prácticas en nuestro departamento de restauración y conservación de obras. Debido a un error de papeleo hemos tardado en ponernos en contacto. Nos gustaría saber si sigue interesada en el puesto.

¿Un verano de prácticas remuneradas en el Museo de Arte? Era lo que había deseado durante todo el curso. Por fin, después de tanta súplica lo había conseguido.
Tras unos minutos más preguntando detalles, tenía oficialmente su primer trabajo, porque cuidar al hijo de la señora Meipher no cuenta. Podía irse de vacaciones más feliz si cabe. 

Julia pensó por un momento en como se sintió hace dos años allí, en el mismo lugar, frente al teléfono. Había sentido ganas de gritar, de correr, pero su cuerpo no le dejaba, estaba inmóvil. Pensó en como cambian las cosas, en la felicidad que ahora la inundaba, en sus ganas de saltar, en la sonrisa enorme incapaz de aguantarse, sus ganas de correr. Pensó que ahora sí podría hacerlo. Ahora sí. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Cap.1: Déjà vu

Notó el cuerpo tumbado boca arriba. Respiraba con dificultad, pero respiraba, o eso creía. Notaba cómo se llenaban sus pulmones. Comenzó a abrir los ojos muy despacio, con miedo de lo que pudiera ver al abrirlos. Había mucha luz.Muchísima luz. Paredes claras y luz que entraba por las ventanas. Estaba boca arriba, tapada hasta el pecho, con los brazos extendidos pegados al cuerpo por fuera de las sábanas. Pensó en un hospital. Había pasado todo y estaba en un hospital. 

Por fin se llenó de valor y abrió totalmente los ojos. Empezó a reaccionar poco a poco. Había sido un sueño. Un mal sueño. Otra vez. Estaba en su habitación. Inmóvil en mitad de la cama. No era un hospital. Había soñado de nuevo. Otra vez las pesadillas eran tan reales. Se fue despertando lento. Le dolía todo el cuerpo. Como si hubiera pasado de verdad. 

Pasaron unos minutos hasta que logró incorporarse. Se sentó en el borde de la cama y suspiró. No era la primera vez que tenía ese sueño. Cada vez ocurría algo distinto, pero siempre en ese lugar. Posó los pies descalzos sobre la alfombra lanosa. Hacía frío esa mañana. Miró al frente y buscó un jersey con los ojos, queriendo que fuera hacia ella sin tener que levantarse. Desecho la idea de volver a meterse en cama. Le daba miedo soñar de nuevo. Se levantó por fin y se puso un jersey de lana gris y rosa, el primero del montón que había en la estantería del armario. 

Al abrir su puerta de la habitación, notó el olor a café que inundaba la casa desde la cocina en la planta baja. Odiaba los lunes. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Déjà vu

No se escuchaba nada, sólo el ruido de las ruedas sobre el asfalto mojado. La noche era oscura, fría. Una de las primeras heladas del invierno, después de un día de cortinas de lluvia intermitentes. El frío se reflejaba en el vaho de las ventanas. 

Le pareció una eternidad, tenía el cuerpo amodorrado en asiento del coche. Conducía con cierto miedo, como si supiera que algo malo pasaría. No sabia bien a donde iba. Sólo que debía seguir conduciendo hasta llegar. 


Tardó unos segundos en darse cuenta de donde estaba. Era aquel lugar otra vez. Había estado allí tantas veces, simplemente conducía y llegaba sin saber como. Siempre acaba allí. Se relajaba pensando en tonterías y cuando volvía a la realidad estaba allí. 

La carretera larga, recta, con apenas iluminación. Las líneas blancas como recién pintadas reflejaban las luces de sus faros. Un espeso y oscuro bosque a ambos lados de la calzada, y señales que avisaban de cierto peligro de que animales salvajes salieran a su encuentro.

Respiraba con cierta dificultad. Por alguna razón le resultaba un lugar conocido y al mismo tiempo jamás había estado allí. No era el camino a casa, ni al trabajo. El corazón le palpitaba y notaba como se aceleraba su respiración. Vio que a lo lejos se acercaban unos faros muy potentes. Cada vez más cerca. Se acercó una mano a los ojos intentando que la luz no le cegara y distinguió un camión de mercancía.

Se acercaba más, y más, y ya no era capaz de ver nada. Tornó los ojos y vio que el trailer resbalaba invadiendo los dos carriles incapaz de parar. Intentó frenar pero fue inútil. Paralizada en el asiento, respiró muy hondo y se preparó para la colisión. 

Pensó en las veces que había escuchado que verías tu vida pasar. Pero no vio nada. Ni su familia, ni sus amigos, nada. Apretó los ojos y se dejó llevar. "Se acabó", pensó. Todo se quedó en blanco.