martes, 17 de septiembre de 2013

El principio del viaje

Desde la parte delantera del barco, una voz suave y no muy intensa, proclamó: Pasajeros con destino Santa Margherita, hemos llegado a su destino.

Cargadas con maletas y demás petates y después de haber vagado durante unos veinte minutos, las tres amigas decidieron preguntar por la dirección de su apartamento. Bajaban una calle estrecha, con el suelo en piedra blanca. Ninguna de las casas tenía más de tres pisos y todas las puertas estaban pintadas en un azul intenso. Los balcones llenos de flores y aroma del mar llenaban sus pulmones y alegraba la tarde soleada.

Habían alquilado el apartamento del segundo piso de una casita en una de las islas. Playas vírgenes, rincones espectaculares a los que sólo se llegan mochila en mano. Sin coches, sin ruido, sin turistas, sin hoteles, sólo el azul, el verde, el blanco, y la luz. El paraíso. 

- ¡Quiero llegar, dejar esta dichosa maleta y ducharme! – voceó Victoria.

- ¡Deja de quejarte, pesada!- riñó Julia, lanzándole un guiño.

- ¿Y si paramos aquí y preguntamos?, ¿Os parece?- Aurora, con gesto cansado, paró en una sombra, apoyando su maleta en la pared y señalando hacia lo que parecía una cantina.

Una puerta en madera color miel y llena de muescas, estaba entreabierta, bajo un cartel “La ChOOcolattarie”. Aurora entró sin esperar la respuesta de sus amigas. Cuando las tres estuvieron dentro notaron el aire acondicionado y se sintieron en el cielo.


Olía a dulce y a café. Un largo mostrador lleno de deliciosas muestras de tartas y galletas, y docenas de magdalenas sobre repisas de cristal. Detrás de la barra, un sinfín de deliciosos chocolates, tés y cajitas de pastas caseras. El resto de la estancia estaba llena de luz, que provenía de una gran cristalera que dejaba ver un jardín interior. Había cinco pequeñas mesas de mimbre, cada una con cuatro butacas, con un cojín bordado a mano en cada una de ellas.

Las chicas dejaron sus maletas cerca de la puerta y no dudaron un instante en apoderarse de una mesa. Julia se fijó en que las paredes estaban decoradas con un papel en un tono amarillo pálido, que aún aportaba más luz a la maravillosa vista. Al fondo del local, un arco en piedra con una enredadera en los laterales, dejaba paso hacia un jardín hermoso, con una pequeña fuente en el medio de la que partían en espiral cuatro estrechos caminos de gravillas blancas. Era el cielo, pensaron, y decidieron regalarse unos dulces con chocolate.

Después de reponer fuerzas con unos capuccinos y unos bollos rellenos de Nutella, la dueña de la chocolatería les indicó amablemente cómo llegar a su apartamento. Decidieron que sería estupendo poder desayunar en aquel lugar cada mañana.

La verdad es que no estaban tan perdidas, no tardaron ni cinco minutos en llegar. Pronto divisaron la casa que buscaban en lo alto de un camino. Primero pasaron por unas casas de un solo piso, todas iguales, con un pequeño jardín delantero y con un garaje para un solo coche. Continuando la cuesta llegaron a una casa de tres pisos grande amarillo pálido. Destacaba un gran jardín con árboles frutales, cerrada por un vallado natural de Bog perfectamente recortado. Se accedía por una verja blanca que dejaba ver un camino de piedra hasta la entrada de la casa. Accedieron fácilmente ya que estaba entreabierta y arrastraron sus maletas ojeando la piscina trasera con tumbonas blancas y un gran cenador con antorchas, ahora apagadas.

A punto estaban de llegar a un gran porche con sofás de cojines y mesitas de mimbre. Aún les quedaba subir las tres escaleras para llamar al timbre, cuando salió a su encuentro una señora regordeta con una amplia sonrisa y un mandil verde atado a la cintura.

-Os estaba esperando- saludó y besó a cada una ayudando con la bolsa de mano a Aurora, ya que su rostro estaba sonrojado por el calor y el peso.-Soy Violet, vuestra casera.- les cedió un juego de llaves- vosotras estaréis en el primer piso, se sube por aquella escalera- señaló una escalera exterior en la parte lateral derecha del edificio, que se continuaba también hasta el segundo andar – si necesitáis algo yo suelo estar siempre por aquí.

Se apresuraron a subir las empinadas escaleras de piedra granito hasta una puerta lateral lacada en blanco. Al abrir las recibió directamente un amplio salón, con un enorme ventanal al frente, que dejaba ver una impresionante vista de todo el pueblo. Un sofá arriñonado en color morado estaba colocado frente a una chimenea, rodeada de un mueble estantería, con un televisor y algunas piezas de vajilla. Frente al ventanal, una mesa amplia de comedor con cuatro sillas tapizadas a juego con las cortinas pastel, daba a una pequeña cocina. Hacia la izquierda un dormitorio con baño propio, del que enseguida Victoria tomó posesión. Y hacia la derecha un pequeño pasillo con otras dos habitaciones y un baño común.

Julia entró en el primer dormitorio del pasillo. Constaba de una cama pequeña con un edredón de flores rosas y dos cojines grandes, custodiada por dos mesillas de noche, cada una con una lámpara. En la pared del frente una ventana con cortinas blancas y la pared de los pies de la cama la llenaba un armario empotrado color miel. Se sentó en la cama y se fijó en que una de las puertas del armario estaba entreabierta. Posó la maleta sobre la cama y el cansancio por el viaje le obligó a dejar todas sus cosas en las maletas por el momento. Ya colocaría todo después. Desde la ventana se podía ver el mar. No pudo evitar sonreír. Era el sitio perfecto.

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