jueves, 7 de agosto de 2014

DESPERTAR

Julia despertó algo desorientada. Unos rayos de sol se colaban entre las contras de madera de la ventana. Vio la maleta sin deshacer y se dio cuenta que había soñado de lo lindo pero no recordaba todos los detalles. No era la primera vez que se despertaba como si hubiera visto una película entera siendo la protagonista, y se iba acordando de las secuencias a lo largo del día. Meneó la cabeza. Notaba que podría dormir un par de horas más pero deseaba que empezara ya el día. Miró su móvil, las 9:40. Se incorporó hasta quedar sentada en la cama y se estiró. Lo primero que hizo fue abrir la ventana y contemplar el pueblo. La casa que habían elegido era sin duda perfecta. Se podía ver todo el pueblo, dos de las playas y el puerto.

Escuchó traqueteo en la cocina y olía a café. Vio la puerta del armario entreabierta y le dio un golpecito con la cadera al dirigirse hacia la cocina.

-¿Te he despertado?- dijo Aurora en tono bajo, mientras sonreía.

-No para nada, han sido las ganas de empezar el día – Julia se metió en la cocina para echarle una mano. Llevó tazas a la mesa y llenó el azucarero.

No pasaron dos minutos hasta que la puerta de la compañera que faltaba se abrió y la joven apareció por el pasillo con una gran sonrisa y la melena alborotada.

Victoria imitó exagerada el caminar por una pasarela- ¡¿Preparadas para empezar la aventura?!- y terminó sentándose y riendo.

Cuando las tres estuvieron con el café y las tostadas delante, Julia propuso: Podríamos pasar la mañana en la playa de las Medusas, es una cala pequeña que está saliendo del pueblo.


Las chicas asintieron entusiasmadas y se pidieron turnos para la ducha. Victoria había sido la más rápida, asique Aurora y Julia fueron deshaciendo las maletas. 

El sol empezaba a quemar ya temprano. Les esperaba un día estupendo.

martes, 11 de febrero de 2014

El Reino del Agua: Unos Pasos de Madrugada


El silencio reinaba en cada rincón. Una leve brisa de verano acunaba las calles y sólo la luz cálida de las farolas dejaba ver las casas cerradas. La noche callada dejaba paso al arrullo de las olas en la playa. La calma. Esa sensación de alivio peligroso, el efecto calmante antes de una fuerte sacudida. El silencio. Opaco e inquietante.


La madrugada escondía unos pasos decididos sobre el empedrado de la calle. Ya habían cruzado el pueblo en alguna ocasión, y tenían que volver de nuevo. Una vez más. Pasada la esquina debía encaminarse calle abajo. 

Una pequeña puerta de madera rojiza algo estropeada por el salitre del mar. Unas cortinas blancas con delicada puntilla escondían el interior. Los pasos se detuvieron junto al umbral y esperaron.

La puerta no tardó en abrirse. 

jueves, 26 de diciembre de 2013

El Reino del Agua: El sueño

"Sentía una presión en el pecho. Esa presión. La oscuridad absorbía cada rincón. Intentó tomar aliento y el vapor de la expiración se materializó como un espeso humo blanco. Dolía respirar. El frío no le dejaba moverse. Su cuerpo inmóvil rodeado de la nada. No sabía si se encontraba de pie, sólo sentía dolor. Volvía de nuevo la necesidad de respirar, la presión era cada vez más fuerte, desde el pecho a la garganta.

Intentó dominar la situación, concentró su fuerza en moverse. El dedo índice parecía obedecer, lentamente. Sin sentido sus ojos miraban de un lado a otro sin obtener reflejo alguno. Cuando al fin empezó a tomar consciencia de la situación, de quién era, de qué hacía allí, el dolor punzante emergía de nuevo.

La oscuridad. Esa presión. Dolía respirar"





martes, 24 de diciembre de 2013

EL REINO DEL AGUA

Cuando Victoria se fue a la ducha, Julia se encaminó al fregadero mientras Aurora terminaba de recoger las tazas del desayuno. Algo seguía rondando en su cabeza y no acababa de saber por qué.
Una vez todo estuvo listo y limpio fue a su habitación y se sentó en la cama. La maleta sin deshacer. Una pereza absoluta le recorrió el cuerpo. Decidió ponerse manos a la obra y ordenar todo el equipaje, hacer la cama y demás menesteres, ya que le había tocado ser la última en entrar al baño. Sacó la ropa de la pequeña maleta y la colocó en el armario. Luego deshizo una bolsa de viaje con cosas de baño, pinturas y demás cosas de chicas que odiaba tener que cargar cuando iba de viaje. Definitivamente Julia no creía en el maquillaje, y peor aún en el pesado trance de tener que quitárselo antes de dormir. 

Una hora después las tres amigas caminaban sobre sus pasos del día anterior hasta el puerto. Allí encontraron muchos curiosos y algún periodista intentando colarse tras las bandas amarillas que acordonaban la zona. El paso estaba prohibido bastantes metros antes del inicio de la playa, la cual ya había sido evacuada totalmente. Demasiada seguridad. Los encargados aconsejaban disiparse y dejar trabajar para sacar cuanto antes los barcos de la playa.

Julia se puso de puntillas para ver las naves mejor. Eran antiguas, de madera, mohosas, estropeadas por el mar. Como si hubieran estado bajo el océano durante mucho tiempo. ¿De dónde habrán salido? ¿Cómo habrán llegado aquí?
No pudo más que encogerse de hombros y resignarse a esperar hasta que la noticia tuviera más investigación. Pero algo le decía que aquello era familiar, no sabía porque ni como, pero esos barcos en la arena, esa escena…ya lo había visto antes… ¿dónde?


Las chicas decidieron dejar el tema y se encaminaron de nuevo hacia el centro del pueblo. Pensaron en alquilar un coche para poder desplazarse por la isla. Unas horas, un montón de papeleo después, se hicieron con un Fiat 500C. Pequeño y cómodo para poder disfrutar al máximo de cada rincón de Cerdeña.

De vuelta a casa decidieron parar en "La ChOOcolattarie", pero al llegar estaba cerrado. Un cartel de madera colgado en la puerta principal: "CHIUSO".

¿CERRADO? Las chicas de asombraron y se encaminaron de nuevo al coche. Doblaron la esquina y vieron la parte trasera del local. Una pequeña puerta de madera con un buzón rojo de latón en la pared de piedra. La puerta parecía cerrada pero había luz dentro. Intentaron, como buenas cotillas, divisar el interior a través de un pequeño hueco entre las cortinas blancas que colgaban sobre el cristal de la puerta. 

Julia dejó escapar un grito cuando una señora apartó de golpe las cortinas y las miraba al otro lado de la puerta. Las tres amigas sonrieron y se disculpaban como podían. El rostro de la señora que las miraba no tenía ninguna expresión. A Julia le pareció por un momento una de esas figuras de cera del museo. Victoria miró a sus amigas y, como por telepatía, les comunicó que debían irse. La señora que las miraba fijamente puso un papel pegado al cristal. 

No sabían si acercarse a leerlo o si marcharse y dejar de molestar. Julia estaba más cerca de la puerta y entornó los ojos para leer lo que les decía en el pequeño trozo de papel:

                                                                                                                     "NEREIDES"

-Lo siento, no entiendo.-lamentó Julia dedicándole una sonrisa.

La señora echó una última mirada a cada una de las chicas y volvió al interior sin inmutarse. Las amigas echaron a reír y caminaron hacia el coche calle abajo.




jueves, 31 de octubre de 2013

La espera

- ¿Tenemos noticias?
- Aún no señor, pero no tardarán mucho. Han salido hace horas.
- Bien. Que todo esté preparado para su llegada. No hay tiempo que perder.

El sirviente salió apresurando el paso por el pasillo. Esperó a quedarse solo de nuevo y volvió a pasear por la habitación. Estaba inquieto desde que lo supo. No podía dormir, ni comer. Sólo hacía preparativos, organizaba y esperaba. 
Estaba preparado para aquello, el problema era guardar el secreto. Que algo así no se hiciera público era el problema. Llegado el momento todo debía suceder lo más rápido posible, sin fallos, y dependía de él, de sus decisiones y su capacidad. Pero para eso estaba, para eso había sido entrenado. 
Aún así los nervios lo retorcían y lo presionaban, cada día hasta que todo acabara. Por un lado deseaba que todo ocurriera lo más rápido posible, poder sentarse y respirar. Pero sabía que era un proceso largo, ya lo había vivido, aunque aquella vez era un niño, y ahora era el responsable. 
Había empezado hace meses, lo ocultaron todo el tiempo posible. El ambiente no era el mejor para que sucediera esto ahora, él lo sabía, todos lo sabían, pero no había marcha atrás. 
Paseaba sin cesar por la fría y oscura sala, rodeado de libros y cientos de cachivaches. La mesa del escritorio llena de papiros, cartas, y mapas. Las cortinas oscurecían la habitación y apenas había aire en el ambiente. 
Todo saldrá bien, se dijo, todo debe salir bien.


lunes, 23 de septiembre de 2013

VICTORIA

Después de varios minutos en silencio las chicas decidieron vestirse y ponerse en marcha hacia la playa donde habían aparecido los barcos. No quedaba lejos, y no podían perderse tal suceso.

Victoria estaba cansada, quería dormir un poco más. El verano era para ella esa época del año en la que las mañanas no existen. Le encantaba alargar las noches al máximo, aprovechando tertulias después de cenar, paseos nocturnos, sin perderse grandes y pequeñas fiestas. Adoraba el calor, pasar el día notando el sol en cada poro de la piel, y la noche entre finas sábanas. La brisa. El verano era sin duda alguna, su estación favorita. 

Aquella mañana se sentía rara. Se levantó cuando escuchó a sus amigas en la cocina. Habían decidido pasar unos días juntas, para descansar, para olvidarse de todo, y no quería perderse ni un minuto, aunque ello supondría levantarse relativamente temprano. Conocía a Aurora desde hace años y sabía que tendría preparado el desayuno no más tarde de las nueve todos los días. No pudo negar que despertarse con las vistas del azul del mar era una gran ayuda para levantarse y disfrutar del día.

Pero había algo más esa mañana. Se levantó con una pesadez extrema en todo el cuerpo. Como si hubiese pasado la noche haciendo flexiones, sonámbula. Después de una buena ducha se sentiría mejor.

La noticia que habían visto durante el desayuno la dejó inquieta. Había algo, no sabía explicar el qué. Algo en aquella escena se le hacía familiar. Victoria fue la primera en levantarse de la mesa. Fregó su taza y se encaminó a su habitación pidiéndose el primer turno en la ducha.

Sentada en el borde lateral de la cama, frente al armario, observó la ropa colocada. Se fijó en el espejo de la puerta del armario. Vaya pelos. Su larga melena siempre causaba sensación. Ella apenas la cuidaba, había heredado de su madre un pelo rizo, negro, brillante, que con apenas peinarlo un poco bastaba para estar perfecto. Tenia un color tostado de piel, que tardaba dos días en ponerse más moreno si cabe. Hubo un tiempo en el que lo odiaba. Odiaba su color de piel. Sus grandes ojos negros habían llorado mil veces por ello. Había sentido el desprecio de muchos. La miraban en los brazos de su madre, siendo un bebé. La miraban los primeros años de colegio. Los niños pueden ser crueles, tiranos. 



Pero eso fue hace mucho. Primero lo entendió, luego lo aceptó y luego empezó a sentirse cada vez más orgullosa de su mezcla. Los cuchicheos de la gente dejaron de afectarle. Luego creció, hermosa, cada día más. Ahora las miradas hacia ella no eran más que envidia.

Alguna vez pensó en buscar el porqué. En preguntar. Tenía derecho a saber de donde venía, su raíz. Pronto deshecho la idea, y no volvió a preguntar nunca. Le causaba mucho dolor a su madre. Su madre.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Una extraña noticia

Una vez terminada la instalación, las chicas decidieron bajar al pueblo a dar un paseo y hacer compras para llenar la nevera. Una vez estuvieron de nuevo entre las calles de Santa Margherita, pasaron la tarde como buenas turistas. Enseguida se hicieron con el supermercado, la plaza mayor,el puerto, algún restaurante con buena pinta, una heladería y la zona de la playa. Cenaron en la terraza de una pizzería, bajo un cielo estrellado, con el sonido de las olas rompiendo en la costa rocosa y riendo como hacía tiempo no lo hacían.
El cansancio del viaje solo les dejó ganas de dormir, así que no tardaron en retornar a casa y descansar. Mañana sería otro día.

Julia despertó con ansia de haberse olvidado algo. Sintió un malestar, como si fuera algo realmente importante. Tras unos segundos desechó la idea y se acurrucó entre las sábanas. Escuchó la cafetera y se levantó enérgicamente. El sol se colaba por todos los rincones del piso, aventurando un día estupendo.
Miró con un ojo entreabierto las maletas aún por deshacer. Suspiró y se levantó.

Era Aurora quien traqueteaba en la cocina. Saludó con un efusivo “buenos días” y le plantó una taza de café, mientras Julia se sentaba a la mesa aún con modorra. Al segundo se abrió la puerta del dormitorio y salió Victoria. Aún con pijama, cara de sueño y el pelo alborotado, siempre estaba guapa. Julia recordó cuando estaban en primaria y Victoria era la envidia de todas las niñas. Tenía una piel perfecta muy morena, el pelo negro y brillante, con melena larga rizada y ojos oscuros. Siempre tenía un montón de chicos mirándola, pero siempre se mostraba ajena al asunto, aunque Julia notaba como se ruborizaba la mayor parte de las veces.

Desayunaron frente al gran ventanal rememorando el viaje. En la televisión, que estaba encendida para ver las previsiones del tiempo, apareció una mujer de pelo blanco pero con aspecto joven, que daba unas noticias sin sentido tras otras. Hablaba sobre el rescate de un perro en un pozo, un tractor volcado y un accidente con unas gallinas. Pero cortaron la emisión en un tono preocupante y las chicas se pararon a escuchar. La mujer cambió el semblante y dio paso a un reportero joven que incrédulo exponía:

-Esta mañana en Cayo BIANCA han aparecido en la playa tres barcos encallados. No se tiene constancia de donde procedían, de cuánto tiempo llevaban desaparecidos, ni de quien tripulaba. Las autoridades han abierto una investigación para averiguar de donde han salido tremendas naves. 

Las imágenes mostraban una muchedumbre que observaba desde la zona acordonada, tres grandes barcos encallados en una pequeña playa. Las olas suaves que llegaban a la orilla batían con los cascos ya oxidados de dos de los barcos. Un tercero había entrado de lleno en la arena y apenas tocaba el agua. Parecía que hubieran pasado mucho tiempo bajo el agua. Mucho tiempo.


Un pareja de jubilados que al amanecer salieron a caminar por el paseo marítimo. Ellos dieron la voz de alarma. Pronto se llenó de curiosos de las casas vecinas que se asombraban de no haberse percatado. 

Había algo raro en aquella escena. Tres barcos que aparecían al amanecer, sin tener la menor idea de a quién pertenecían, ni porqué no tenían constancia de barcos desaparecidos por la zona. 

Julia se acercó a la pantalla. Había algo que le era familiar. Algo en aquellos barcos.